Dicen de ella que es la noche más mágica del año donde todo es posible. La noche en la que salen los duendes, las hadas y las brujas a realizar sus conjuros. Yo, aún no creyendo en los rituales, no tengo más que afirmarlo. Para mí esta noche siempre fue mágica. Como la noche de Reyes. Hay algo que te hace esperar todo el día que la noche caiga para ver todo el cielo iluminado, para notar ese olor característico que viene de todas partes y de ningún sitio en concreto.
Cuando era pequeña mi abuelo nos subía a la azotea desde donde podíamos ver todas las hogueras que habían en el barrio e incluso las que quedaban ya más lejos, cerca del centro de la ciudad. La vista desde la azotea era privilegiada, nos permitía ver hasta el puerto y divisar el horizonte. Era una auténtica fiesta verlo con él. Nos subía en el borde del muro y nos sujetaba mientras mirábamos ensimismados como todo se teñía de naranja.
Ya más mayores, mi hermano y yo íbamos a "pie" de hoguera. Veíamos como los que para nosotros eran los "mayores" se sentaban junto al fuego mientras hacían unas papas que aunque no sabrían a nada, eran un manjar solo por cómo y cuándo se estaban haciendo.
Más tarde, ya pudimos formar parte de esos rituales. Buscábamos maderas o cosas que quemar, recaudábamos dinero para comprar las papitas y las chuches y otra vez, esperábamos ansiosos a que llegara la noche y el "hombre del fuego". Ése que encendía la hoguera porque aunque nosotros ya nos creíamos adultos, ya todos sabemos que los niños no deben jugar con fuego.
Hoy por hoy, ésta noche me sigue pareciendo mágica. Es una tradición más allá de la creencia de cada uno. De si realmente piensas que funcionan o no esos rituales. Es algo que te apetece enseñar a tus sobrinos, a los niños de tus amigos y a todo el que quiera escuchar esas historias que cada uno de nosotros tuvo junto al fuego
Feliz San Juan a todos!