martes, 23 de junio de 2009

Noche de San Juan...

Dicen de ella que es la noche más mágica del año donde todo es posible. La noche en la que salen los duendes, las hadas y las brujas a realizar sus conjuros. Yo, aún no creyendo en los rituales, no tengo más que afirmarlo. Para mí esta noche siempre fue mágica. Como la noche de Reyes. Hay algo que te hace esperar todo el día que la noche caiga para ver todo el cielo iluminado, para notar ese olor característico que viene de todas partes y de ningún sitio en concreto.

Cuando era pequeña mi abuelo nos subía a la azotea desde donde podíamos ver todas las hogueras que habían en el barrio e incluso las que quedaban ya más lejos, cerca del centro de la ciudad. La vista desde la azotea era privilegiada, nos permitía ver hasta el puerto y divisar el horizonte. Era una auténtica fiesta verlo con él. Nos subía en el borde del muro y nos sujetaba mientras mirábamos ensimismados como todo se teñía de naranja.

Ya más mayores, mi hermano y yo íbamos a "pie" de hoguera. Veíamos como los que para nosotros eran los "mayores" se sentaban junto al fuego mientras hacían unas papas que aunque no sabrían a nada, eran un manjar solo por cómo y cuándo se estaban haciendo.

Más tarde, ya pudimos formar parte de esos rituales. Buscábamos maderas o cosas que quemar, recaudábamos dinero para comprar las papitas y las chuches y otra vez, esperábamos ansiosos a que llegara la noche y el "hombre del fuego". Ése que encendía la hoguera porque aunque nosotros ya nos creíamos adultos, ya todos sabemos que los niños no deben jugar con fuego.

Hoy por hoy, ésta noche me sigue pareciendo mágica. Es una tradición más allá de la creencia de cada uno. De si realmente piensas que funcionan o no esos rituales. Es algo que te apetece enseñar a tus sobrinos, a los niños de tus amigos y a todo el que quiera escuchar esas historias que cada uno de nosotros tuvo junto al fuego

Feliz San Juan a todos!

Firma final

miércoles, 10 de junio de 2009

Ceguera de amor.

Ayer pasé la tarde con el portátil sobre mi regazo y una pila de CDs viejos a mi lado. No buscaba nada en concreto, simplemente esperaba encontrar algunas fotos para actualizar mi perfil de facebook y alguna que otra cosa para uno mis proyectos creativos. El problema de hacer estas cosas, o quizás la ventaja, es que a veces encuentras lo que no buscas.

Así que allí estaba yo, quitando y poniendo discos, copiando ficheros, navegando entre carpetas y directorios y entonces encontré unas fotos y unos archivos. Me pareció como si esas fotos y esos poemas hubieran sido hechos hace siglos.

Es curioso cómo cambia la perspectiva y cómo percibimos las cosas con el paso del tiempo. Las fotos eran claras, sabía cuando habían sido tomadas, en qué momento preciso, que sucedió en los momentos anteriores y posteriores a ellas e incluso a qué circunstancia de nuestra vida (la de esa persona desconocida ahora para mí y la mía) se habían hecho. Pero ayer, por primera vez, vi cosas que antes o no veía o simplemente omitía. Dicen de las imágenes que valen más que mil palabras y después de anoche tengo la certeza de que esa teoría es demostrable. En ellas estaban todas esas respuestas que tanto tiempo busqué y que luego, por otros caminos, fui encontrando.

En los poemas, solo había palabras que ahora no me decían nada. La primera vez que los leí se me erizó la piel, me sonrojé, temblé y hasta lloré de felicidad. Pasado un tiempo, también me hicieron sonrojar y llorar pero por rabia y desesperación. Seguía creyendo en la certeza de lo que decían. Ayer, solo me transmitieron tristeza. Porque será que soy una romántica hasta la médula, pero no sentir nada por algo que significó tanto en su momento es triste.

En definitiva las palabras, por muy escritas que se encuentren, el viento se las lleva. Las imágenes aunque en un primer momento las miremos sin observar, reflejan un hecho y eso no se borra, no cambia, no desaparece.

Con esto hago una autoreflexión de cómo podemos llegar a ser ciegos sin serlo. De cómo nos vendamos los ojos con la esperanza de que “Ojos que no ven, corazón que no siente” y de cómo aprender de ello. Porque como bien dice un amigo mío… lo que importa es lo que uno quiere aunque para llegar a darte cuenta de esto y tomarlo como un lema hay que pasar por estar “ciego de amor” y luego pasar a preguntarte “¡cómo pude ser tan tonto!”. Menos mal que el tiempo lo pone todo en su sitio.
Firma final

La foto pertecene a una obra de René Magritte llamada The Lovers.

martes, 2 de junio de 2009

De cuando en cuando, lo que pienso, lo que siento, lo que digo sirve de fuente de inspiración para que las personas que me rodean me escriban algo como esto. Puesto que tú aún no te has lanzado a publicarlo, esta vez me adelanto yo.

El otro día por la noche un ruido, un sonido extraño, alteró mi sueño. Me desveló. No supe lo que era pero encendí la luz. Esa sensación de cálido recuerdo invadió mi mente. Era como si estuvieras allí cerca, a mi lado, dentro de mí. No puedo explicarlo, no quiero, no quiero ni lo deseo. No quería apagar la luz porque temía que te fueras. Que desaparecieras con ella. Que te ocultadas de nuevo en la penumbra del momento. Siempre te escapas entre suspiros. Te echo de menos. No vuelvas a hacerlo, no sigas por el camino que has escogido. Vuelve, acampa en mi espacio. No dejes de respirar, apaga tu corazón y déjalo en silencio. No dudes en llorar si fuera necesario. En ello pongo empeño, voy a por ti. Sin dejar de lamentar por un solo instante que tu recuerdo, que tu mirada, que tu ser me daña por dentro. Me clava al pasado como una cruz, como una lápida, como la parca que llega con prisa y te dice al oído he llegado y es para quedarme.

Es curioso como a veces intentamos vivir en una realidad paralela a la existente. Todo nos indica que algo no puede ser, pero aún así lo queremos a nuestro lado. Nos da igual que "se apague" si ha venido, como dice el texto, para quedarse. Evidentemente, todos y cada uno de nosotros tenemos un punto de egocentrismo de egoísmo incluso. Visto con perspectiva, de situaciones así no se puede salir bien por ninguno de los lados. Lo mejor es dejarlo pasar y continuar con lo que la vida trae, aprender de lo que se ha ido y disfrutarlo si en algún momento se vuelven a cruzar los caminos. Gracias Misionero, por tu relato.

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